Su sudor estaba compuesto de insatisfacción, a la sonrisa la
había definido el sufrimiento y sus cabellos, tan bellos como siempre, bailaban
ahora al son de una melodía de tristeza. Composición melódica de grises eran
las palabras y las frases que de ella salían, palabras y frases unidas por una
gran sensación de derrota, unidas con los mismos hilos con los que un soldado,
que sabe que va a morir, zurce los últimos calcetines que vestirá en combate.
Su tristeza miraba a aquel espejo que no le decía verdad. Por
más que miraba y miraba no lograba encontrarse a sí misma. Tampoco sabía dónde
buscar, sería en aquella fiesta que acabó en desgracia, en aquella carrera que
nunca debió escoger o en lo que había perdido, aquello que tanto amaba y que
sabía que no volvería. Aquello que casi no recordaba, no le era cercano, pero
que le torturaba a diario. Primero fue su nostalgia, su recuerdo, y ahora era
la incapacidad de volver a sentirla, la incapacidad de sentirla tan cerca como
para poder recordar.
¿Puede haber mayor sufrimiento que ver como se difuminan los
recuerdos de aquella persona que la hacía sentir amada, querida, como nunca lo
había sentido y sabía que nunca lo sentiría? Os digo que si la observáis bien
sabréis que no, que si os fijáis en su mirada por la mañana le intuiréis un
caminito hecho de lágrimas, desde los ojos hasta la comisura de su boca, el
camino por el que ella pensaba que se diluían sus recuerdos, y se diluían cada
día, cada vez que decidía salir a la terraza, para sentarse en aquellas sillas
donde tantas veces ella le cogía de la mano para decirle "aprieta corazón
de manteca, el que no quiera a esta niña peca". Como si por contacto
pudiera sentir su abrazo, su aliento, como si de tanto mirar al cielo en algún
momento una estrella fugaz le regalará una de sus caricias, una de sus
sonrisas, algo de su amor, de su atención. Algo de ella. No sabía de constelaciones, ni de
estrellas, pero os aseguro que no hay un astrónomo que las vigile tanto como
ella lo hacía, Tantas horas y tantas noches. Para volverse sin respuesta y con
una oscuridad cada vez mayor. Rutina diaria de morriña, respiraba la oscuridad de la noche que acababa reflejada en sus ojeras.
El presente de su alegría, felicidad, ilusión, proyectos era
gris, intentaba disfrutar del pocos instantes blancos, puros, que la vida le
ofrecía, pero que siempre acababan rodeados de niebla. Le costaba seguir los
pasos de la felicidad, no era hábil en eso de conducir por la vida sin la
iluminación de la esperanza. Siempre pensó que se había dado por vencida,
probablemente se encontraría en algún lugar bien escondido de su cuerpo, donde
ella un día le aconsejo ir para no volver.
Ay si hubiera sabido que no sufre más el que tiene
esperanzas, el que se ilusiona, sino el que vive sin ellas. y es que ¿existe
mejor tratamiento para la tristeza que la esperanza? Aquellas analgésicas
expectativas son las que nos rescatan de una realidad que siempre es difícil,
son el dulzor de la dificultad, el azúcar de la ansiedad. La batalla de la vida
es difícil cuando un soldado lucha con la esperanza siempre en la
trinchera.
¿Cómo la recuperaría? se preguntó. Desde luego ella desconocía
el modo.