martes, 9 de diciembre de 2014

Morriña

Cuando de pequeña viajaba a Galicia recuerdo que una de las palabras que más me llamaba la atención era morriña. Todos hablaban de un sentimiento que parecía solo serle familiar a los gallegos, particularmente a los que pasaban parte de su tiempo lejos de su tierra. Mis padres no eran una excepción, se referían a la morriña en numerosas ocaciones. En mi niñez no logré descifrar el significado exacto de esa palabra, tan especial y común, que parecía describir un sentimiento de añoranza con una cercanía casi maternal. Fue el paso de estos años que aún vivo, esos años que van rompiendo tu infancia, para descubrirte madura , los que me han dado algunas piezas de este complicado puzzle. 
La pieza fundamental es la protagonista de la foto. Esta niña, que desprende timidez y alegría a partes iguales, es mi madre. Mi madre es gallega y la que hace girar a toda mi familia. Y ese es el secreto, las mujeres en Galicia están hechas de otro material, de un material fuerte y consistente, tenaz, casi invencible. Los mujeres gallegas son y desprenden morriña, esa fuerza inexplicable que proyecta Galicia en todos los emigrantes, una fuerza que supera cualquier obstáculo, cruza el Océano Atlántico, pasa por debajo del puente de Londres para colarse en un pequeña habitación de un piso compartido, transmitiéndole consuelo a un joven al que parece que la vida no le da tregua ; viaja a Irún y canta una nana a dos pequeños recién nacidos para que concilien el sueño; aterriza en Avilés para dar un respiro en las interminables jornadas laborales de un médico con una gran familia que mantener; y termina disolviéndose en los cafés de una enfermera, un policía y un matrón que en silencio piensan, durante un instante ,que quizás el paso del tiempo no les haya separado tanto como creían. 
Fue la muerte de mi abuela, la mama de la niña de la foto, la que me hizo comprender cómo se transmitía. En ese momento descubrí a qué se referían esos gallegos morriñosos, cada caricia de mi abuela la había desprendido, cada palabra de cariño, de aliento, de paz. Ella nos ha dejado morriña, morriña que sobretodo se ha quedado mi madre. El fallecimiento de mi abuela fue otra de las piezas del puzzle, comprobé que la fuerza de mi madre había aumentado, su importancia se había multiplicado. Parece ser que la morriña se hereda y aumenta su influencia a través de la estirpe familiar. 
Mi madre y mi abuela son ejemplos de ello. Son morriña. Son mi hogar. 


jueves, 17 de abril de 2014


Mis apuntes de Derecho suelen iniciar el estudio de las figuras jurídicas en el análisis de la palabra que la engloba.  Por eso, cuando empece a escribir sobre mi familia quise saber cuál era el origen de la palabra, qué significa, el 
lenguaje nos construye y pensaba que sabiendo esto podría iniciar un análisis objetivo, desde el concepto verdadero, desde lo que todos entendemos por familia. Pero decidí que no, que mi estudio sobre la familia no tiene origen, no sé de qué palabra latina viene y no lo refiero a un concepto jurídico, social, religioso o moral. Mi estudio de la familia, de mi familia es fáctico, es subjetivo, está construido de hechos, de experiencias, es producto de mi ciencia personal, la empírica de los sentimientos, de las actitudes, de las palabras y las largas conversaciones. 

Pues bien, inicio su análisis por referencia a lo que no es mi familia. Los años han ido pasando, hemos ido creciendo y hemos aterrizado en la realidad. Mi familia no es perfecta. Es lo primero que uno debe saber. Tus padres, tus hermanos, tus tíos, tus abuelos, tú no sois perfectos. Mi familia no lo es, está compuesta de un conjunto de personalidades limitadas, construidas en tiempos y con influencias distintas, puestas al servicio de una cohesión, de una unidad que ansía la perfección, y es esto lo que más nos hace sufrir. No somos perfectos, no somos un todo cohesionado, no formamos un conjunto cerrado, con ángulos perfectamente limitados y sin ningún resquicio de imperfección. Somos imperfectos, lo somos, y sabiendo esto, uno crece y se construye mucho mejor. 
Los padres no son todopoderosos. Los padres son humanos y cometen errores. Los padres no lo saben todo, nos hacen y les hacemos daño. Los hermanos crecen, se separan de la infancia, se comprometen con personas que, en general, nos costará aceptar y que nos acepten. Las riñas por un sitio en el sillón o por el mando a distancia evolucionan en disputas, en verdaderas guerras, muchas veces silenciosas, cargadas de rencores, de reproches, de dolor, casi eternas y, en apariencia, difícilmente salvables. Quizás en otro momento me pare a reflexionar sobre las guerras familiares, son nuestras guerras civiles internas, las guerras más cruentas, más difíciles de superar, en las que todos morimos un poco, siendo víctimas y verdugos. 
El resto de la familia, de esa familia que de pequeño te imaginas como tus padres te diseñan se va reestructurando, uno se crea su propia imagen y, a menudo, cargada de distintos matices y versiones. 
De los abuelos, de los abuelos no hay nada que decir, nuestra imagen de ellos no es ni más ni menos que la imagen de lo que nos han dado, del servicio que nos han prestado en nuestra infancia. La imagen de los abuelos no suele cambiar. Los abuelos que no conoces, la abuela que idolatras y la que quieres.

Sin embargo, no obstante, pero, e incluso (enfatizo que a pesar de esto y de las cosas que me ahorro y que podéis completar vosotros) es mi familia. Y ahora os digo lo que sí es. Mi familia es una continua compensación y me explico. Cuando uno cae siempre habrá alguien para levantarlo. No todos en armonía, repito que no es perfecta, pero siempre hay ayuda. Siempre, siempre alguien estará para ti, sean todos, sea uno, esté vivo o muerto, y es que sé que mucho del sufrimiento de mi familia se alivia con el recuerdo de aquella persona que se fue y se llevó parte de nosotros, de la familia. Su pérdida provocó una crisis casi tan grande como la de España pero como nos construimos de subidas y bajadas, de continua evolución impregnada, por igual, de alegrías y sufrimientos, lo superamos y es que la vida sigue. 
Mi familia es un hogar, es aquel lugar al que siempre, y pase lo que pase vas a poder volver. En ella encontrarás ejemplo de tesón, sacrificio, fuerza, coraje, superación y separación de la tierra. Mi familia es ejemplo de morriña, de espíritu gallego, y eso, como el amor, quien lo conoció lo sabe. Ha sido y 
continuará siendo golpeada por la vida, y curada por el amor, la fe y el sentido del humor. 
Mi familia lo es todo, es un todo imperfecto, pero un todo al que todos tarde o temprano querremos volver.
Mis padres no nacieron para ser perfectos ni para ser padres y, aún llenos de errores, son capaces de perdonar cualquier ofensa, sea tarde o temprano y nos quieren con un tipo de amor que solo cuando lo experimente seré capaz de comprender. Cuando uno es padre adquiere un compromiso de amor y sacrificio vitalicio, es un cargo irrenunciable y que, ejercico con responsabilidad, supone un sacrificio inmenso, muy pocas veces reconocido. Mis padres merecerían en su labor un honoris causa o un premio nobel. Mis padres son paz, seguridad, amor, cariño. Son mi refugio y lo serán siempre. Mis padres son los personajes más importantes de mi obra de vida. Son ellos los que hubiese querido tener de haber podido elegirlos. 
Los hermanos son un reflejo inexacto de nosotros, suelen compartir nuestros defectos y eso de ver lo que haces mal, no gusta, no gusta nada. A veces son la razón por la que te gustaría ser hijo único pero cualquier reunión amenizada por las anécdotas de la época más feliz de nuestras vidas elimina ese pensamiento de un plumazo. Tus hermanos son y serán siempre parte de ti, de tu felicidad, de tu vida, son y serán siempre personas a las que querrás como a nadie, y que nadie puede no querer. Sabes sus defectos pero los sabes tú, nadie más, nadie más puede juzgarlos. Mis hermanos son los mejores que he podido tener, los quiero y los querré siempre, incluso cuando 
piense que los odie no será así, no los odiaré. No hay odio hay confusión de sentimientos. Tú me quieres, yo te quiero, pero no como pensamos que deberíamos querernos. Pero hay amor y lo habrá siempre.

Imperfección eternamente amada. Mi familia.
Si algo es común a todas las familias, es que se practica el amor más complicado de todos, en el que no hay reacciones químicas o sedantes, no hay enamoramiento, no hay posibilidad de idolatría. Somos lo que somos, reales, cotidianos, imperfectos. Es un tipo de amor que se construye y te construye. ¿El único amor verdadero? Eso, lo dejo a vuestra elección. 


lunes, 31 de marzo de 2014

Aquello no era de nadie. No existía control.
Su mirada era de quien no la buscaba y quien quería mirarlo tomaba oscura dirección.
Aquello no era de nadie, solo tuyo, de nadie más.
Palabras. Miradas.Caricias. Besos.
Diferentes en semántica, primos hermanos en el amor.
Las palabras acarician,
las miradas besan,
los besos hablan,
hablan en lenguaje universal,
es lenguaje de virtud efímera, sin vocación de eternidad,
es lenguaje de amor que ya se va.
Aquello no era de nadie, solo nuestro, de nadie más.
Eternamente caducos.
Tú y yo.
Certeros en la duda, perennes en la incertidumbre, ciegos en la pasión.
Aquello no era de nadie, solo mío, de nadie más.
No podemos buscar la perfección en la mirada de quien busca lo imperfecto,
de quien vive en una constante contradicción.
Llegó con retraso adelantado.
Se fue en un por fin, en un más que suficiente, en un adiós esperanzador.
Porque, aquello no era perfecto.
No era de nadie, solo tuyo, solo nuestro, solo mío, de nadie más.
Tú. Tú. Tú.
Quizás yo, sin ti, eso nada.
Era tú. Era yo. Era nadie. Era amor.