jueves, 13 de agosto de 2015

Sueño de oxígeno

La casualidad y lo casual, contradictoriamente opuestos, casualmente conocidos y casualmente feliz. 

Para cuando la casualidad se esfumó, dejando paso a lo casual, a lo despegado, lo normal, lo falto de ti, yo ya te estaba queriendo casualmente, encontrándote, por casualidad, en cualquier lugar, en cualquier mente.

Era tan sencillo el pensarte. Era tan sencillo que lo real dejaba paso al mundo del sueño pensado, del fácil pensamiento de tu boca, del fácil recuerdo de tu voz, aquello que salía de mi mente para evocar eternidades fugaces que escapaban de toda posibilidad de reproducción diaria, eternidades que eran sencillamente perfectas.

Movimiento iniciado con una combinación única, en la cual lo irreal y lo real bailaban al son de mi respiración. Eras mi oxígeno. Aquel que entraba y salía de mi para permitirme amarrarme a un éxtasis de vida efímero, ya que siempre te escapabas sin poder hacer nada.

Yo que te quiero y quise casualmente, encontrándote, por casualidad, en cualquier lugar, en cualquier mente.

Yo que te quiero y quise casualmente, sin ataduras, vestida de libertad, aferrada a la distancia que ahora nos separa, separación que maldigo despacio, para que el mensaje acabe siendo un deseo de que te vaya, por casualidad, bien conmigo o sin mi.

Primaveras en miradas

Aquella pequeña le regaló una lección de vida, un día gris de junio, de esos que parece que juegan al escondite con la primavera.

Salió a la hora, no hacía falta mirar el reloj, las hora se reflejaba en su sonrisa.
Salió rápido, había confeccionado unas gafas con papel de pinocho en el colegio. Todos y cada uno de los niños las llevaban puestas. Ella no. 
Bajó las escaleras, le cogió de la mano y le enseñó las gafas.

Ella le preguntó por qué no se las había puesto.
Sonrió y mirando hacia arriba le dijo que ella no las necesitaba. Que se las regalaba.
-Le puse color rosa y azul, si te las pones verás todo de bonitos colores. De tus colores favoritos. 

En ese momento uno se da cuenta de que no importa de qué color sea nuestro día. No importa quién se ofrezca a ponerle color. Todo depende del color de nuestra mirada.

Aquella pequeña le regaló miradas inmarcesibles. 

lunes, 15 de junio de 2015

Hemorragia de ilusión


Como ofrecerle agua a quien muere de sed,
como imaginar el sabor, la temperatura, 
el frescor, 
Como decirle que antes le prestarás la botella, 
botella fría, casi helada, para que se refresque el cuerpo,
como decirle que fantasee con las gotas recorriendo su calor,
gota a gota,
antes de que se la dejes llevar a la boca,
Como permitirle que sienta el trago,
hacerlo tan real, que se crea en un hidratado sueño,
como si nunca antes hubiera probado semejante bebida,

pero,
para cuando llega el vaso real, 
la botella sí que era fría y helada,
aunque el trago es amargo,
y las gotas pesadas,

y aquello que imaginaba gratis,
se paga a un precio mucho mayor,

Como ofrecerle agua a quien muere de sed,
y dejarle más sedienta,
a la par que indefensa,
para buscar más alivio. 

Así es romper la ilusión.
La pregunta es,
¿en cuántos pedazos se puede romper?,
¿seguirá cortando igual, abriendo herida?,

y es que,
desde luego,
aunque sean pequeños los cristales de la ilusión,
provocan grandes hemorragias de lágrimas y tristezas. 

martes, 9 de junio de 2015

Envuelta en mariposas

Y sucedió como suele decirse, por casualidad, y sucedió, como suele decirse en todas las casualidades, donde y con quien no era de esperar.

Fue la llamada de la incertidumbre envuelta en juegos de niños lo que hizo que se liberarán las mariposas que tenía encerradas en lo más profundo de su ser, siempre con miedo de agitar sus alas. Esas mariposas con el movimiento de sus alas volvieron a traer a la esperanza, que había decidido que era el momento de volver a sumar.

Ella lo sintió, estamos aquí, contigo, tus cicatrices siguen también, las decepciones serán siempre parte de tu equipaje, pero estás preparada, solo deja que nos distribuyamos por tu cuerpo, haremos que su mirada sonría, que la alegría se desprenda en tu olor, que tus manos acaricien el miedo para dejarlo tranquilo, esperando que no vuelva a atacar. Haremos que la ansiedad se convierta en deseo, en ganas, aquella que fue tu enemiga te dará fuerza haciéndose tu mejor aliada.

Los aleteos de las mariposas se transformaron en caricias y besos. Despiertas recordaron el camino al corazón, al amor. Le despertaron a deshora, para decirle que ya no serían los disgustos quienes le harían palpitar sino algo parecido a un mordisco en un lugar adecuado pero en el momento más inesperado.

El único miedo que tenía era que su cuerpo se les hiciera pequeño y dejarán de batir sus alas por falta de espacio. Alguien de pronto le recordó que ella regalaba mariposas en forma de sonrisas, caricias, abrazos. Le recordó que podría ser cada vez más feliz y que estaba seguro de que de su cuerpo volarían un montón de mariposas más.

lunes, 8 de junio de 2015

La vida se le descubrió difícil

Su sudor estaba compuesto de insatisfacción, a la sonrisa la había definido el sufrimiento y sus cabellos, tan bellos como siempre, bailaban ahora al son de una melodía de tristeza. Composición melódica de grises eran las palabras y las frases que de ella salían, palabras y frases unidas por una gran sensación de derrota, unidas con los mismos hilos con los que un soldado, que sabe que va a morir, zurce los últimos calcetines que vestirá en combate.

Su tristeza miraba a aquel espejo que no le decía verdad. Por más que miraba y miraba no lograba encontrarse a sí misma. Tampoco sabía dónde buscar, sería en aquella fiesta que acabó en desgracia, en aquella carrera que nunca debió escoger o en lo que había perdido, aquello que tanto amaba y que sabía que no volvería. Aquello que casi no recordaba, no le era cercano, pero que le torturaba a diario. Primero fue su nostalgia, su recuerdo, y ahora era la incapacidad de volver a sentirla, la incapacidad de sentirla tan cerca como para poder recordar. 

¿Puede haber mayor sufrimiento que ver como se difuminan los recuerdos de aquella persona que la hacía sentir amada, querida, como nunca lo había sentido y sabía que nunca lo sentiría? Os digo que si la observáis bien sabréis que no, que si os fijáis en su mirada por la mañana le intuiréis un caminito hecho de lágrimas, desde los ojos hasta la comisura de su boca, el camino por el que ella pensaba que se diluían sus recuerdos, y se diluían cada día, cada vez que decidía salir a la terraza, para sentarse en aquellas sillas donde tantas veces ella le cogía de la mano para decirle "aprieta corazón de manteca, el que no quiera a esta niña peca". Como si por contacto pudiera sentir su abrazo, su aliento, como si de tanto mirar al cielo en algún momento una estrella fugaz le regalará una de sus caricias, una de sus sonrisas, algo de su amor, de su atención. Algo de ella. No sabía de constelaciones, ni de estrellas, pero os aseguro que no hay un astrónomo que las vigile tanto como ella lo hacía, Tantas horas y tantas noches. Para volverse sin respuesta y con una oscuridad cada vez mayor. Rutina diaria de morriña, respiraba la oscuridad de la noche que acababa reflejada en sus ojeras.

El presente de su alegría, felicidad, ilusión, proyectos era gris, intentaba disfrutar del pocos instantes blancos, puros, que la vida le ofrecía, pero que siempre acababan rodeados de niebla. Le costaba seguir los pasos de la felicidad, no era hábil en eso de conducir por la vida sin la iluminación de la esperanza. Siempre pensó que se había dado por vencida, probablemente se encontraría en algún lugar bien escondido de su cuerpo, donde ella un día le aconsejo ir para no volver.

 Ay si hubiera sabido que no sufre más el que tiene esperanzas, el que se ilusiona, sino el que vive sin ellas. y es que ¿existe mejor tratamiento para la tristeza que la esperanza? Aquellas analgésicas expectativas son las que nos rescatan de una realidad que siempre es difícil, son el dulzor de la dificultad, el azúcar de la ansiedad. La batalla de la vida es difícil cuando un soldado lucha con la esperanza siempre en la trinchera. 


¿Cómo la recuperaría? se preguntó. Desde luego ella desconocía el modo.

jueves, 19 de marzo de 2015

Un paseo más

Era 24 de diciembre y me encontraba paseando por las calles de un navideño Irún. Repare en una tienda de ropa de hombres. Su escaparate anunciaba trajes para celebrar la entrada del nuevo año. Sin embargo, lo que más me llamaba la atención, de entre todos aquellos ornamentos, era una de las corbatas. Su tonalidad otoñal combinaba a la perfección con los colores que nos brindaba la nochebuena, el sol había salido para mitigar el frío propio del mes de diciembre. Recuerdo que justo en el preciso instante en el cual mis pensamientos comenzaban a separarse de mi mirada, salió uno de los escaparatistas. Parece que tocaba cambiar y elegir una nueva combinación más atractiva para los clientes. Comenzó su trabajo desvistiendo el maniquí donde se encontraba la corbata en la que había reparado, podría repetir todos y cada uno de los pasos que realizó, con que falta de consideración había tratado la ropa, cómo había tirado la corbata al suelo para luego pasar por encima de ella, sin inmutarse. Aquello no me gustó nada pero tenía que incorporarme al paseo familiar.


Una vez terminado el día, en la soledad del dormitorio, empecé a preguntarme qué tenían de especial las corbatas para mi, por qué era imprescindible que se las tratara con delicadeza. Desde niña siempre me habían entusiasmado las corbatas.  Para mi son una señal de distinción, elegancia y responsabilidad, y ahí encontré la respuesta, porque son la señal de la distintiva y responsable elegancia de mi padre. Les aseguro que es verdad, él siempre elije la más apropiada para la ocasión, la corbata perfecta. Cuenta con un número elevado de ellas en su armario, número que desciende cuando a mis hermanos les surge la necesidad de ponerse una para cualquier festividad, esas corbatas se van para no volver. Ellas forman parte de la rutina diaria de mi padre, de una rutina que comenzaba mucho antes de que nosotros abriéramos los ojos y mucho antes de que yo viniera al mundo. Cada día de cada mes de cada año, salvo contados días de vacaciones, las horas que mi padre pasaba despierto las pasaba enfundado en un traje y con una corbata bien anudada. Siempre pensé que en los gestos que realizaba para ponérsela proyectaba todas y cada una de sus preocupaciones, su mujer, sus hijos, su familia, aquellos por los que mi padre se sacrificaba día tras día, aquellos por los que mi padre no descansaba, aquellos por los que mi padre reza a diario, nosotros, nosotros siempre íbamos con él, nos llevaba anudados al cuello. Se que muchas veces tuvimos que serle incómodos, algunos días aún le gustaría poder aflojar el nudo, darse un respiro, pero nunca dió señales de ello, nunca renunció a llevarnos con él. 

De pequeña recuerdo ver poco a mi padre, al igual que mis hermanos,"tu padre está trabajando", "papa tiene guardia", "papa tiene consulta", eran frases más que habituales. Tarde en asimilar y darme cuenta que todas esas horas en las que él estaba ausente, todas esas horas que él le había dedicado al trabajo, eran nuestras, eran horas, y os aseguro que juntas harían una vida, que eran para nosotros, para ser lo que somos ahora. Nosotros no lo vimos mucho en nuestra infancia pero él nos veía en cada paciente, cada informe y cada salida de urgencias. Nosotros entendemos las palabras sacrificio, entrega y dedicación porque las referimos a él, porque él es el mayor ejemplo de abnegación, renuncia y generosidad que hayamos podido tener. Pocas cosas podemos decir con tanto orgullo como quién es nuestro padre. Crecimos sabiendo que alguien estaba entregándonos su salud y su tiempo. Alguien que siempre estaba cuando tenía que estar. Cuando parecía estar distraído nos sorprendía recriminándonos alguna actitud que pensábamos que llevábamos oculta o algún descuido que pensábamos había pasado por alto. Nada se le escapaba, por más que intentáramos evitarle disgustos y evitar broncas todos siempre sospechamos que mi padre era conocedor de todo lo que sucedía en nuestra familia, en nuestro hogar. 

Cuando me di cuenta que se acercaba el día de San José y quería escribir para él empecé a revisar los álbumes de fotos. Pronto reparé que en la mayor parte de ellas mi padre era quien hacía la foto. En las que no ejercía de fotógrafo salía mirando para nosotros o para mi madre, en ambos se reconocía una mirada de amor. Y es que, si queréis saber qué es amor vale con observar cómo habla mi padre de mi madre, cómo la mira y como la cuida. También reparé que mi padre había cambiado mucho a lo largo de los años, de la delgadez juvenil propia de un estudiante que vive fuera de casa  pasó a una delgadez casi extrema que acompañaba a las nuevas responsabilidades propias de aquel que comienza a formar una nueva familia. En la evolución de mi padre se puede advertir perfectamente cuando el nudo de su corbata era muy fuerte, cuando las responsabilidades le ahogaban y cuando le permitía respirar con mayor tranquilidad. 

Yo no sé cómo no te lo hemos dicho más veces, tampoco sé cómo lo pudiste hacer, cómo alguien puede entregarse así por nadie. No puede haber mayor respeto que el que sentimos por ti. Si es la Fe la que te guía no cabe duda de que tienes a Dios de tu parte, en ti y contigo. 

Te quiero Papá.