jueves, 19 de marzo de 2015

Un paseo más

Era 24 de diciembre y me encontraba paseando por las calles de un navideño Irún. Repare en una tienda de ropa de hombres. Su escaparate anunciaba trajes para celebrar la entrada del nuevo año. Sin embargo, lo que más me llamaba la atención, de entre todos aquellos ornamentos, era una de las corbatas. Su tonalidad otoñal combinaba a la perfección con los colores que nos brindaba la nochebuena, el sol había salido para mitigar el frío propio del mes de diciembre. Recuerdo que justo en el preciso instante en el cual mis pensamientos comenzaban a separarse de mi mirada, salió uno de los escaparatistas. Parece que tocaba cambiar y elegir una nueva combinación más atractiva para los clientes. Comenzó su trabajo desvistiendo el maniquí donde se encontraba la corbata en la que había reparado, podría repetir todos y cada uno de los pasos que realizó, con que falta de consideración había tratado la ropa, cómo había tirado la corbata al suelo para luego pasar por encima de ella, sin inmutarse. Aquello no me gustó nada pero tenía que incorporarme al paseo familiar.


Una vez terminado el día, en la soledad del dormitorio, empecé a preguntarme qué tenían de especial las corbatas para mi, por qué era imprescindible que se las tratara con delicadeza. Desde niña siempre me habían entusiasmado las corbatas.  Para mi son una señal de distinción, elegancia y responsabilidad, y ahí encontré la respuesta, porque son la señal de la distintiva y responsable elegancia de mi padre. Les aseguro que es verdad, él siempre elije la más apropiada para la ocasión, la corbata perfecta. Cuenta con un número elevado de ellas en su armario, número que desciende cuando a mis hermanos les surge la necesidad de ponerse una para cualquier festividad, esas corbatas se van para no volver. Ellas forman parte de la rutina diaria de mi padre, de una rutina que comenzaba mucho antes de que nosotros abriéramos los ojos y mucho antes de que yo viniera al mundo. Cada día de cada mes de cada año, salvo contados días de vacaciones, las horas que mi padre pasaba despierto las pasaba enfundado en un traje y con una corbata bien anudada. Siempre pensé que en los gestos que realizaba para ponérsela proyectaba todas y cada una de sus preocupaciones, su mujer, sus hijos, su familia, aquellos por los que mi padre se sacrificaba día tras día, aquellos por los que mi padre no descansaba, aquellos por los que mi padre reza a diario, nosotros, nosotros siempre íbamos con él, nos llevaba anudados al cuello. Se que muchas veces tuvimos que serle incómodos, algunos días aún le gustaría poder aflojar el nudo, darse un respiro, pero nunca dió señales de ello, nunca renunció a llevarnos con él. 

De pequeña recuerdo ver poco a mi padre, al igual que mis hermanos,"tu padre está trabajando", "papa tiene guardia", "papa tiene consulta", eran frases más que habituales. Tarde en asimilar y darme cuenta que todas esas horas en las que él estaba ausente, todas esas horas que él le había dedicado al trabajo, eran nuestras, eran horas, y os aseguro que juntas harían una vida, que eran para nosotros, para ser lo que somos ahora. Nosotros no lo vimos mucho en nuestra infancia pero él nos veía en cada paciente, cada informe y cada salida de urgencias. Nosotros entendemos las palabras sacrificio, entrega y dedicación porque las referimos a él, porque él es el mayor ejemplo de abnegación, renuncia y generosidad que hayamos podido tener. Pocas cosas podemos decir con tanto orgullo como quién es nuestro padre. Crecimos sabiendo que alguien estaba entregándonos su salud y su tiempo. Alguien que siempre estaba cuando tenía que estar. Cuando parecía estar distraído nos sorprendía recriminándonos alguna actitud que pensábamos que llevábamos oculta o algún descuido que pensábamos había pasado por alto. Nada se le escapaba, por más que intentáramos evitarle disgustos y evitar broncas todos siempre sospechamos que mi padre era conocedor de todo lo que sucedía en nuestra familia, en nuestro hogar. 

Cuando me di cuenta que se acercaba el día de San José y quería escribir para él empecé a revisar los álbumes de fotos. Pronto reparé que en la mayor parte de ellas mi padre era quien hacía la foto. En las que no ejercía de fotógrafo salía mirando para nosotros o para mi madre, en ambos se reconocía una mirada de amor. Y es que, si queréis saber qué es amor vale con observar cómo habla mi padre de mi madre, cómo la mira y como la cuida. También reparé que mi padre había cambiado mucho a lo largo de los años, de la delgadez juvenil propia de un estudiante que vive fuera de casa  pasó a una delgadez casi extrema que acompañaba a las nuevas responsabilidades propias de aquel que comienza a formar una nueva familia. En la evolución de mi padre se puede advertir perfectamente cuando el nudo de su corbata era muy fuerte, cuando las responsabilidades le ahogaban y cuando le permitía respirar con mayor tranquilidad. 

Yo no sé cómo no te lo hemos dicho más veces, tampoco sé cómo lo pudiste hacer, cómo alguien puede entregarse así por nadie. No puede haber mayor respeto que el que sentimos por ti. Si es la Fe la que te guía no cabe duda de que tienes a Dios de tu parte, en ti y contigo. 

Te quiero Papá.