viernes, 17 de febrero de 2017

O y r

Aquí estoy, el primer día que he comprendido que el tiempo sigue pasando, que no ha esperado la vida a que vuelva a subirme. 
El calendario me anuncia un nuevo mes, ¿esto quiero decir que no has vuelto y que no lo vas a hacer?. Todo lo que me rodea se va, transmitiendo ese mensaje: el espejo que se empaña, la señora que sube al taxi que estaba esperando, la camarera que se lleva la cuenta, el ruido efímero de la lluvia, el balón de fútbol que acaba en mi jardín, las olas que se mueven al compás de las nubes. 
Lo único que te trae de vuelta son las sonrisas. No sabes lo que me fijo ahora en todas y cada una de las personas que sonríen. Antes, la tuya era suficiente. Desde que te vi sonreír juro que no he visto hacerlo a nadie más.
Te paraste. Es incapaz mi mente de encontrar la explicación y aún así la busca. Me quedé en singular. Aquello es lo que a todos nos espera. Cuando lo único que me queda es dejarme llevar. 
Cualquiera puede temer a aquel que evade su fe para dar refugio al respiro de lo finito. 
Cómo podemos ser los humanos finitos, en un universo infinito, creyéndonos inmortales. 
¿Para qué vivimos?. Dime, qué hacemos. Dónde estamos y quién nos ha traído hasta aquí. La vida se nos esfuma en cada instante, encadenamos esos instantes que no son nuestros, que ya se han ido. 
Para eso existe el amor, instantes ilusorios de inmortalidad. Analgésicas expectativas de felicidad. Cuando somos finitos, mortales pero comprendemos por qué hemos nacido. Para sentirlo. Sentir el miedo de que te vayas, sentir el dolor porque te has ido. 

Desde que te fuiste, De,  todo oscureció. 
El amor dió paso al dolor. Del amor solo quedan la r y la o. 
La vida dió pasó al vi. Vi reír, da igual. Vi amar, da igual. Porque veo morir. Veo la r y la o.