martes, 9 de mayo de 2017

Mi punto final para ti siempre será una coma.

                                     

Hace tiempo que quería sentarme a escribir sobre el amor. Sobre la conexión, el enamoramiento y lo jodidas que son las relaciones humanas. 

En primer lugar, os tengo que confesar algo. Mi concepto de amor venía construido con grandes dosis de romanticismo poético. La casa donde nació fue la sempiterna relación de mis padres. De pequeña soñaba con encontrar alguien que me quisiera como mi padre quiere a mí madre, con abnegación, compromiso, atenciones, con intención de formar una maravillosa familia por la que desvivirse. No entiendo otro concepto de relación que no aspire a un hogar. 

Os hacéis una idea, cualquiera que lea esto en nuestros tiempos pensará: "menuda ....te vas a llevar". Pues si, me la llevé. Mi aterrizaje fue más que forzoso. Imaginaros el cuidado que ponéis en llevar la tarta de cumpleaños de vuestra persona favorita. Ahora, pensad en la tarta en el suelo, pisada, inservible, rota, como las ilusiones de la persona que la cargaba. Así no sólo se quedó mi amor sino también yo. 

Pensaréis que es tan fácil como volver a cocinar otra. Una gigante y riquísima. El problema está en que yo en aquella época no sabia cocinar. Me guiaba por mi desconfianza, mi miedo a quemarme, huía de todo aquello que fuera a hacerme sentir igual. No quería encender el sentimiento. No me sentía digna de ningún querer porque yo no me quería. No me había perdonado, necesitaba mucho ruido, cosas que ni por asomo se parecieran a lo que yo siempre quise. Todo lo que encontré fue lo que busqué. Sucedáneos.

En aquella época no era consciente de lo que hacía, no era consciente ni siquiera de lo poco que me quería. Nunca me planteé escribir sobre esos años. Quizás los tenía guardados en un hueco muy profundo de mi memoria. Me venían en destellos fugaces. Algo en mi sabía que tarde o temprano tendría que revivirlos. No fue lo que hice sino lo que dejé de hacer lo que me tortura. No fue lo que busqué sino al que no dejé encontrarme. 

No solo las relaciones son jodidas. Lo es también la vida. Casi cinco años más tarde me encuentro noche tras noche pensando en por qué. Por qué no quise y por qué quiero y no puedo. Años más tarde soy una persona que se conoce, se quiere y cuya vertiente racional suele poner orden en las emociones. Soy capa de superar casi cualquier decepción, seguir adelante se me da de lujo. Ya os digo, no solía pararme a mirar atrás. Y ahora que estoy cosechando aquella desconfíanza que sembré las lágrimas diarias, las nocturnas, las que nadie puede ver, me hacen sentir el pasado, el peso de decisiones que no debí tomar. Me hace sentirlo en la lejanía sin capacidad de maniobra. 

El problema está en que no solo el pasado me remueve. Es un casi presente, ese que cumple con todo mi concepto de amor. Y, no solo eso, ese que me ha hecho sentirlo. Como si en un beso pudieras recordar lo que es vivir, como si los movímientos de los labios al juntarse construyeran esperanzas, ilusiones, como si pudieras morder el deseo, como si la saliva transportara te quiero y las caricias le dieran una bofetada al tiempo, como si las miradas vieran futuros, como si el amor existiese.  Como si aquel amor de los poemas escribiera en los cristales de un coche, escribiera éxtasis al lado de tu piel....

como si un beso importara más que cualquier día, cualquier año, cualquier otro. 

Pero, se esfumó. Quizás la culpa es mía. Pero por lo menos sé que el amor existe, aunque no sea para mí (aún).  Lo peor del pero es saber que tú existes y no eres para mí, ni para nosotros. 

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